Resulta que su dueña recién había llegado de un viaje por distintos lugares de Portugal y España. Y como a veces sucede con las charlas de viajeros, quedamos ancladas en Lisboa, en sus calles angostas, sus comidas, su música y sus poetas.
La cuestión es que en el momento de pensar en algún detalle para la arpillera con que iba a tapizar la sillita, decidimos que el nombre de esta ciudad era perfecta.
Pero antes de darme el gusto con el tapizado, trabajé por completo su carpintería (ajuste y acomodé sus patas flojas empecinadas en permanecer en falsa escuadra), le hice un relleno más apropiado a su tamaño, la pinté y la decapé.
Y finalmente, la cubrí con este hermoso género rústico con el nombre de la ciudad que espero conocer pronto para llenarme del mismo misterio y melancolía que envolvió a su poeta máximo, Fernado Pessoa.
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